domingo, 5 de mayo de 2013

Ser simple.
Quizás                       
               vaga.

No recabar solución alguna.


Y reconocerte impersonal

bajo una piel limítrofe
con el resto del mundo.




En ciclotimia constante como un farero loco.


En ciclotimia constante
como un farero loco.
Ya de niña que yo recuerde.
Mirar en silencio detrás de un delantal a cuadros.
Nocilla. Barrio Sésamo.
El cuerpo hizo lo suyo,
el espejo el resto.
Ni ídolos adolescentes
forrando carpetas llenas de sueños,
ni partidas al duro en una
llamada Última Taberna.
Siempre hubo remordimiento.
Siempre (des)encajes forzosos.

Como un farero loco.
Los ojos-pájaro alzaron su vuelo
y yo me dediqué a soldar a quemarropa
los barrotes de una jaula.
Perseguir la orla,
virgen.
Y soñar con el futuro:
piel a tiras y múltiples disfraces
para la ocasión.
Salir del armario y creer que era vivir.

Aunque como el cangrejo
aprendí a caminar de lado,
navegué sobre morfina
y hubo pérdida,
intentos de suicidio no consumados nunca,
listados vacíos de sentido,
prescripciones psicotrópicas,
sesiones compartidas,
tatuajes.

Pero no estoy hecha para viajar.
Ansío demasiado la comodidad
y temo lo desconocido.
Persigo pertenecer a un grupo vacío de sentido
y relleno huecos con luces virtuales,
en ciclotimia constante.

Por cojones lo intenta,
siempre hay barcos capaces de llegar a tierra.
Otros naufragan.