Poco a poco desgajo
la posibilidad de invertir
en algo más que en latifundios
de bochornosos enfados
con el mundo.
Engraso el mecanismo
que hace funcionar
mi cerebro
y mi pobre corazón
se deseca al viento
en un tendedero imaginario.
A lo lejos sólo escucho
mea culpa.
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