Reconociste
(tarde)
hasta dónde
el caudal
de mi locura,
hasta dónde
(aunque tarde)
el antagonismo
incierto
entre mi yo real
y mi yo ficticio,
el amanecer
fortuito
que sólo cabe
en unas manos.
Reconociste
(si cabe aún,
más tarde)
mi fatuo ardor,
cual acometido
inequívoco
para este
peso muerto.
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